BAILA COMO HOMBRE

Un retrato de la danza oriental masculina en Bogotá

Por Andrés Castañeda

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A Rashad le bastó un minuto y medio de baile para seducir con sus movimientos de danza árabe a Alejandra Azcárate y Paola Turbay, el día que debutó en el reality show “Colombia Tiene Talento”. Era febrero de 2012, y para este bailarín costeño amante de la champeta, era su primera vez en televisión. Su cuerpo parecía dibujar ondulaciones y espirales que comenzaban en el pecho y terminaban en la cadera; una coreografía muscular que ofrecía al espectador una sensación de sensualidad. Los sutiles movimientos del vientre fragmentaban su cuerpo al ritmo de los golpes de un frenético tambor árabe con forma de copa llamado darbuka, y daban la impresión de hacer danzar los flecos de su bombacho pantalón blanco. Un cuerpo masculino danzando un baile propio de mujeres.

Me encantan tus pantalones, los quiero para mí”, dijo Alejandra sin quitarle la mirada de encima cuando terminó su rutina. “¿Así de bueno eres para todo?”, añadió coquetamente Paola. Para Jesús Martin, el verdadero nombre de Rashad, fue inevitable ruborizarse bajo su turbante naranja ante un público que lo aplaudía, mientras millones de personas lo veían por el canal RCN. Piel morena, ojos profundos y cejas grandes y pronunciadas, fisonomía que le haría pasar desapercibido en cualquier país árabe, incluso en la India. Parecía un personaje sacado de las Mil y Una Noches, como diría más tarde Paola en su segunda presentación en el programa.

Hasta ese momento, en el gremio de la danza del vientre, o belly dance, aparte de unas pocas personas nadie más sabía de la existencia de este exótico bailarín, hasta las mismas bailarinas lo ignoraban. Rashad, era casi un secreto a voces.

“¿Los hombres bailan danza árabe? ¡yo no sabía eso!”, dijo Julitza Herrera sorprendida cuando su maestra le mostró un video instructivo del bailarín argentino Amir Thaleb. En ese momento, ella apenas comenzaba sus estudios en la escuela Shalabia, y aún no era maestra. Al principio le pareció chistoso, pero no por su baile, sino por su estética: usaba una lycra, un caderín y tenía el pecho peludo, pero lo más extraño para ella fue su forma de bailar “Yo dije: ¡pero es una vieja bailando! ¡Qué raro!”. Y es que no era fácil para ella aceptar su estilo de baile “yo todavía no lograba entender porque siendo hombre se movía como mujer, esto es descabellado… que baile como hombre, o que se ponga una peluca y ya, eso es lo que yo siempre he dicho… no tengo problema, transfórmate y lo voy a disfrutar mucho más…”. Pero al final, eso no importó, ella debía ensayar viendo sus videos. “Me acostumbré a verlo porque me interesaba aprender su técnica”.

Pero la danza del vientre no siempre fue un espacio propio de las mujeres. Hasta el siglo XIX no era extraño ver en escena a bailarines masculinos, época en la cual se acostumbraba a separar por sexos tanto al público como a los danzantes. Es decir, mientras en un recinto una mujer bailaba frente a una audiencia femenina, en el otro un hombre lo hacía ante otros hombres. Sin embargo, con la colonización europea, de finales del siglo XIX, los hombres fueron siendo apartados de la danza bajo un criterio puramente occidental. Los colonos europeos consideraban inmoral e incivilizado ver a un hombre bailando danza del vientre, e impusieron esta visión a la población de medio oriente y el norte de África, y así relegaron a los bailarines a espacios puramente homosexuales. Desde entonces, la presencia masculina en este arte ha sido mínima.

“En los festivales tú ves de 300 a 500 mujeres y un solo hombre”, dice la maestra Julitza a propósito de los festivales de danzas orientales, eventos donde un ejército de bailarinas baila desde el tradicional belly dance y el moderno tribal fusion, hasta algunas danzas folclóricas de la India y el mundo árabe. De hecho, los pocos chicos que aparecen por allí son músicos que acompañan los números de algunas bailarinas solistas. En otras ocasiones, se puede ver a uno que otro bailarín interpretando bailes folclóricos árabes ajenos a la danza del vientre. Es por ello que allí la presencia de un hombre siempre será una novedad, pues como bien dice Julitza, “en Egipto el hombre solo hace folclor, y la mujer si hace belly dance”.

Irónicamente para Rashad, cuando inicio su carrera artística, el hecho de ser hombre en un país machista, le impedía estudiar danza del vientre en alguna escuela de danzas orientales. “No había muchos chicos cuando empecé a bailar en el 2006, alcancé a distinguir otros seis en toda Colombia”. Sin embargo, eso nunca fue un obstáculo para él. “Siempre me han llamado la atención esos espacios de frontera donde dijeron que por ser hombre no se podía. Donde había un velo, ahí quería estar. La danza oriental no fue la excepción. Había resistencia por parte de muchas escuelas de danza árabe, pero esa negativa afianzó más mi deseo de emprender este camino…”.

Sin embargo, antes de recorrerlo, Rashad tenía que dejar algo atrás. Durante un tiempo había sido transformista bajo el nombre de Georgeena Gaitán, actividad que combinaba con su labor como activista LGBT, pero cuando apareció la danza del vientre en su vida, supo que debía elegir: “En el mundo del transformismo, del que venía saliendo… a propósito de la danza, tuve que tomar una decisión: o me dedicaba al discurso del cuerpo desde el transformismo o me dedicaba al cuerpo en movimiento. Veía que ambas cosas no eran compatibles”.

Pero en el caso de Desvel Sarruf, esa frontera entre lo masculino y lo femenino esta desdibujada, “Cuando bailo me siento un ser andrógeno. No quiero que el espectador diga: ¿es un hombre o una mujer? simplemente es un ser que está bailando. Me atrevo a pasar los límites en el vestuario, sin caer en la caricatura de querer parecer una chica ni tampoco un chico”. Es por ello que este bailarín dedicado desde hace varios años a la danza del vientre no establece límites en su arte, “vengo de una escuela de danza contemporánea, he tomado flamenco y siempre es a recalcar que estos son movimientos de hombre y estos de mujer. Para mí la danza y el arte no tienen género”.

La segunda vez que Julitza vio a un hombre bailando danza del vientre fue en Medellín. Era egipcio, se llamaba Mohamed Kazafy. “Primero lo conocí en el escenario, bailamos las artistas nacionales y nos sentamos a ver el show…” al día siguiente, asistiendo a un taller que él dictaba, Julitza pensó: “parece que fuera gay”, por ello, con sus colegas bailarinas se preguntó: “¿será que es gay?, decían: no sé, pero está bueno… entonces le preguntamos a una colega que tiene años de estar bailando y nos dice: no, él tiene su esposa”. Una morbosa curiosidad bastante común entre la gente cuando ven a un hombre bailando danza del vientre, tema que Desvel confirma desde su experiencia, “se tiene un concepto muy errado de que todo hombre que baila danza oriental es homosexual. Como es creada para la mujer, el hombre que baila ya es homosexual, por eso hay muy pocos hombres”.

Tal vez por ello, es que los escasos alumnos que ha tenido Desvel se preocupen tanto por su masculinidad, en especial los homosexuales, a quienes les preocupa aún más que los heterosexuales el no verse ridículos bailando, porque no quieren verse amanerados. En este aspecto coincide el maestro y bailarín Bladimir Bedoya, cuando habla del enfoque que le ha dado a su estilo de baile en la danza oriental, “me interesa que, aunque un hombre este haciendo una danza perteneciente a la dimensión femenina, se vea su esencia como tal. Desde el punto de vista de la expresión, la idea es que cualquier movimiento, aunque sea realizado por un hombre, se vea como un hombre”.

Y es esa búsqueda de verse masculino en escena, la que ha llevado al también maestro y bailarín antioqueño Mateo Vargas, a querer diferenciarse del estilo de baile femenino, “si un hombre tiene buena técnica, el público va a admirarlo. Para mí, el comentario más odioso que puede existir es: baila mejor que todas las mujeres. Si el hombre no tiene una buena calidad técnica y aparte baila como mujer lo van a desprestigiar. Afortunadamente pasé por eso hace muchos años para que no me volviera a pasar. Han admirado el trabajo”.

Estas preocupaciones han hecho que el estilo de los bailarines colombianos se diferencie del que predomina internacionalmente. Por eso no es gratuito cuando Julitza dice que: “el baile es tan diferente en el mundo, que se acostumbraron a hacerlo a ese estilo, pero siempre que tienen que hacer folclor mantienen la masculinidad. Es muy chistoso, tú los ves bailando y hacen belly, se ven partidos… en el mundo entero está de moda la danza árabe desde hace mucho tiempo, después fue que la parte masculina llego a Colombia, pero básicamente todos bailan como chicas…”, concluye ella refiriéndose a los bailarines internacionales.

Las primeras presentaciones de Rashad no fueron muy felices, tuvo que imponerse a un público que no imaginaba un varón en este tipo de baile, “al comienzo me sentí payaseado, a la gente le parecía curioso mi danza, pero no por ser buena o no, sino porque era hombre. Vencer eso fue un compromiso conmigo. Si me van a recordar que sea por mi trabajo, no porque soy la novedad”. No era fácil vencer los prejuicios del público y las burlas nunca faltaron, “cuando comencé a presentarme en otros espacios como el restaurante Katmandu, las críticas eran bien duras. Una chica comento: ¡uy!, ese hombre solo falta que se ponga un corpiño y queda como una vieja, y se reía frente a mis narices”, y claro, nunca faltó el comentario masculino, “como tengo un tatuaje de rosas en el vientre, una vez un hombre en el restaurante comentó de manera despectiva: allá viene el tipo aquel a mover las florecitas. Al comienzo eso me achantaba mucho. Sin embargo, me di cuenta que después de bailar esa impresión cambiaba”.

Esa molestia del público masculino es el punto que más le ha costado trabajar a Bladimir, “es como agredir el mundo de los hombres, y en sus caras se aprecia, en los shows se incomodan. Si el bailarín se les acerca empiezan a moverse de sus sillas, desvían la mirada para otro lado a pesar de que el artista en escena no se esté dirigiendo en exclusiva a ellos. La aceptación y la mirada de las mujeres es muy amplia, positiva, pero donde se encuentra la resistencia es en el universo masculino”.

Pero existen ocasiones, en que la aceptación de las mujeres y el rechazo de los hombres se transforman en una situación incómoda para un bailarín como Rashad. En cierta ocasión, una maestra de danza lo invitó a bailar en un evento de beneficencia en el club libanés, un honor que paradójicamente no tendría un buen final. Mientras bailaba en su primera salida, súbitamente la música se cortó. Rashad decidió continuar y volvió al camerino a prepararse para el siguiente baile, pero el técnico que ponía la música le dijo que no podía bailar más, según él, porque el embajador del Líbano no quería que Jesús bailara. Ninguna bailarina se manifestó al respecto para defenderlo, solo lamentaron el momento.

Ocho meses después, en otro evento volvió a encontrarse al técnico, y se enteró que aquel día el embajador se había puesto celoso porque su esposa lo miraba de manera especial cuando Rashad bailaba, “eso me hizo reír mucho porque pensé que mi danza estaba mal ejecutada. Además, la chica que me había invitado al evento en el club libanés le dijo a todo el mundo que yo había salido de allí por la puerta de atrás”.

Actualmente, Rashad es uno de los pocos artistas de su tipo que puede dedicarse por entero a su disciplina dando clases y presentaciones, sin tener que recurrir a un trabajo alterno, situación que lo ubica en un lugar privilegiado frente a otros bailarines que buscan seguir su mismo camino. Un camino que muy pocos recorren, porque no cualquiera está hecho para la danza del vientre.

Bladimir, Mateo y Desvel son solo un puñado de hombres enfrentados al prejuicio social, que buscan dibujar con el cuerpo todo lo que llevan dentro de sí. Por ello, cuando termine el espectáculo, nunca faltará el hombre que se acerque a felicitar al bailarín, junto a una espontánea chica que le diga a su novio que le gustaría verlo bailar así. Del mismo modo, Julitza resalta este hecho cuando dice: “lo que pasa es que esto es de cojones porque no todo el mundo se atreve. De hecho, tengo primos guajiros que son remachistas y un día si me dijeron: esto es tener tremendos cojones pa’ ponerse a bailar así, y uno dice: gracias, lo reconociste, eso no lo hace cualquiera…”.

Y como siempre, la presencia masculina en cada festival de danzas orientales será más que bienvenida, pues por más atemorizante que sea presentarse ante un auditorio de mayoría femenina, ambas energías se complementarán en el escenario para tocar en la distancia al espectador, como lo expresa Mateo cuando sale a ejecutar su número: “Siento como si mi alma se expandiera un montón de metros y pudiera tocar los corazones de las personas con mi danza. Que la gente diga: entendí lo que quiso decir.”

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